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Quique Setién sabe que la clave está en la enfermería

Quique Setién

Setien / Real Betis

Con dos puntos de 18 posibles en las últimas jornadas tras un inicio arrollador, el conjunto de Quique Setién deberá dar un golpe de efecto el próximo fin de semana en Málaga, equipo que paradójicamente lleva una inercia totalmente distinta al Betis: empezaron muy mal los de Míchel hasta llegar a diciembre en un muy buen estado. Por tanto, el técnico bético se debe jugar algo más que los puntos -quizá su rédito, o su puesto- sin nadie que equilibre el sistema que plantea. O al menos, sin uno de sus indispensables. Guardado y su “me rompí” contra el Atlético de Madrid le alejará, al menos, un mes de los terrenos de juego, y Javi García apura para llegar al trascendental choque en La Rosaleda.

Ya se ha visto lo que pasa sin Javi García. En Valencia, el Betis fue un coladero por el centro. Contra el Atlético de Madrid, el técnico cántabro puso al mexicano Guardado en la posición de pivote, y acertó. El triángulo que formó con Fabián -casi en la posición del doble pivote- y Ryad Boudebouz de enganche hizo correr, y mucho, a los guerreros del Cholo Simeone. Joaquín y Tello venían mucho al centro para despejar las bandas a sus laterales, y el centro del campo pasaba a estar ocupado por hasta cinco jugadores béticos, teniendo un control abrumador del cuero.

El dolor de cabeza de Setién

La solidez defensiva es clave en el sistema de Quique Setién. Los goles de Sergio León y el lesionado Sanabria, de relevancia. Inclusive la lucidez de Adán. Pero no hay nada más indispensable -quizá lo único verdaderamente insustituible- que el grueso de la medular: Javi García y Andrés Guardado. El norte del Betis y del sistema que plantea Quique Setién pasa por las botas de ellos. El conjunto verdiblanco llevaba mucho tiempo rastreando el mercado en busca de perfiles así: poderío físico, control del balón y bastón del equipo.

Con Narváez entre algodones, Camarasa y Fabián como volantes ofensivo y Boudebouz como mediapunta nato, Setién se queda huérfano de brújulas. Y es el verdadero dolor de cabeza del cántabro.

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