La sensación de volver a ver un partido de fútbol español la habíamos olvidado ya. Aunque el estado de forma de cada equipo no es el mismo que en marzo, las necesidades en la clasificación sí las son: el Celta sigue mirando de reojo al descenso y el Villarreal sueña con Europa. Sin embargo, el físico se merma y las imprecisiones están a la orden del día. El Villarreal protagonizó un primer tiempo sublime, como si los últimos 3 meses no hubieran exisitido, y consiguió una victoria agónica en el descuento para empezar con buen pie su ‘nueva normalidad’.
Monólogo amarillo
Los objetivos de cada equipo no dan tregua a recuperarse en las próximas jornadas. A sabiendas del poco márgen de error, Calleja -hoy en la grada por sanción- alineaba a su once titular con la firme voluntad de tomar las riendas del partido tras 3 derrotas consecutivas. Anguissa saltaba a escena en detrimento de Trigueros. En cambio, el preparador celeste guardaba la creatividad en el banco: Denis, Brais o Beltrán aguardaban su oportunidad.
Con el pitido inicial, el Villarreal no esperó un segundo para hacerse con el control del partido. Con Cazorla y Moi omnipresentes entre líneas, la superioridad del Villarreal en el centro del campo fue notoria. Triangulaban por dentro para la posterior subida de los laterales amarillos, que volaban convertidos en extremos. Jugaban continuamente en la parcela de terreno local, quienes esperaban un robo que diera alas a sus delanteros. La novedad de Anguissa en el 11 se entendía al reanudarse la competición: el despliegue del Villarreal en campo contrario hacía vulnerable la espalda de la zaga, y se debían corregir los fallos en la circulación con las coberturas del centro del campo.
El robo que los celestes buscaban no llegó en la primera mitad. Sin él, los locales pasaron desapercibidos y solo las intervenciones de Rubén mantuvieron el empate. La fluidez del Villarreal contrastaba con un equipo con una estructura defensiva endeble y con escasas ideas para construir: solo Rafinha parecía haber vuelto con la mente fresca. El Celta se ahogaba demasiado fácil.
Trigueros hace justicia
El Villarreal ejecutó a la perfección una presión alta de la que jamás consiguió escapar el Celta. Desde la zaga, bien colocada y veloz al corte, hasta un centro del campo correcto en la fluidez y excelente en la presión. Con la reanudación, el monólogo no varió, y menos lo haría tras la sustitución de Rafinha, único en su especie en el Celta. En el partido solo faltaba el gol, esquivo hoy a los puntas amarillos y del cual los vigueses ni siquiera gozaron una oportunidad.
A medida que el físico mermaba y los minutos pasaban, el partido se equilibraba. Como consecuencia del bajón físico, la consistente presión celeste de la que antes escapaba el Villarreal, ahora surtía efecto. El partido decaía en revoluciones, y las decisiones técnicas se encaminaron a proteger el físico: Cazorla, Iborra, Gerard o Rafinha, al banco. La consecuencia directa se vio reflejada en la participación de Rubén y Asenjo, desapercibidos bajo el brillante sol vigués.
El partido entró en una tendencia de imprecisiones insuficiente para que alguien consiguiera ganar el partido. Pero cuando más agonizaba el partido, llegó el gol. Un gol lleno de infortunios y rechaces, como no podía ser de otra manera, pero que subía igualmente al marcador. Recién cumplidos los 90′, Trigueros cazaba un rechace dentro del área para que los 3 puntos volaran hacia Villarreal. Tres puntos de oro que acercan al Villarreal un poco más a Europa, y que deja al Celta a merced de resultados ajenos.