Quien vio jugar a Ron Crevier o Howard Wood, quien vio nacer el baloncesto en Mislata, quienes pensábamos que Coterón era Magic Johnson, nunca nos imaginamos que 30 años después podríamos estar asistiendo asiduamente a partidos de Euroliga. Ver desfilar a los Maccabi, Zalguiris Nunca se nos habría pasado por la cabeza que tendríamos palmarés de títulos europeos o una liga ACB en nuestras vitrinas. La semilla sembrada por aquellos Brad Branson, Johnny Rogers, Berni Álvarez o Roberto Íñiguez se recoge hoy en día. Rodilla y Luengo son los máximos exponentes, la historia viva de aquella primera Copa del Rey gestada en el regazo baloncestístico de Miki Vukovic y bajo el manto económico de Juan Roig.
El cambio generacional
Las gradas de la Fonteta se pueblan hoy masivamente y eso es fruto de una afición bien fidelizada, una pasión por el baloncesto que ha ido in crescendo en Valencia, una gestión comedida y ajsutada a unos recursos finitos y un club afianzado en una cantera cada vez mejor trabajada y de la que pronto se verán los frutos. Ayer éramos nosotros los que asistíamos a aquellos partidos con una Fuente de San Luis que nos quedaba enorme, hoy son nuestros hijos y hasta algunos nietos los que no pueden pasar la semana sin su «Cultura del Esfuerzo».
Esa generación, esa adolescencia efeverscente e ingenua, esa quinceañería lo ve mucho más cercano, acostumbrada como está a ver partidos de élite baloncestística en la Avda Hermanos Maristas. Confían en Dubljevic y compañía para traer a orillas del Turia aquello que el mecenas propietario de Mercadona soñó cuando abrazó la religión del balón naranja, traer un título de Copa de Europa, hoy Euroliga. Solo le falló el cálculo de tiempo y que el Barça haya ganado una antes.
El mecenas se hace a un lado
Tuvo que dejar a la criatura andar sola para que creciera en la dirección adecuada. Su excesivo proteccionismo pareció hacer encallar el proyecto cuando los primeros frutos parecían asomar. Se hizo a un lado y se propuso ver las cosas con perspectiva, confiar en profesionales muy válidos y dejar hacer. Solà, Raga, Villarreal y compañía tomaron las riendas sin contar con el bolsillo lleno de «Papá Juan». Hoy sus nombres son sinónimo de buena gestión y junto con el buen hacer de Víctor Luengo como maestro de ceremonias sitúan al Valencia Basket entre los 8 mejores clubes del viejo continente y con proyección de hacerse un hueco fijo entre ellos. La labor del escolta, del gran capitán, alejadas de los grandes focos mediáticos es un seguro de conocimiento baloncestístico. Atiende, trabaja, gestiona y apagafuegos a partes iguales. Contrariamente al trabajo técnico o de comentaristas de muchos de sus coetáneos y excompañeros, su labor es más dedicada a la administración desde los despachos. Un portento físico, nacido para el deporte y triunfando más allá de las canchas. Ejemplo a seguir por los jóvenes en cuanto a formación y esfuerzo en los estudios. Las aulas de Escolapios primero y del Luis Vives después son testigos de su versión más intelectual, aquella que un empleado de banca y una maestra de primaria le inculcaron desde bien pequeño.
El trabajo coral, marca de la casa
Todos ellos, en un trabajo coral, como el que el equipo taronja desarrolla en la cancha, han hecho posible que nuestra utopía sea hoy un mero sueño y quien sabe si ni eso para próximas generaciones. Aprender para crecer y crecer para ilusionar. La ilusión como motor, un motor que ni gripa ni se agota con los kilómetros. Quizá en la cancha el trabajo coral todavía no sea suficiente para mirarle al Barça a la cara y ganarle o quizá sí, pero fuera del parquet sí estamos a su nivel y eso asegura el futuro. Larga vida al baloncesto.
@VicentSarrion