En el equipo de Fernando Alonso van a estrenar fábrica, túnel de viento, simulador y un equipo nuevo de ingeniería encabezado por el mejor en lo suyo, Adrian Newey. Pero todo eso no basta si las piezas no encajan y de momento en Aston Martin no lo hacen.
Alonso sigue esperando algo que no llega
Los procesos tienen que ir al milímetro y un buen equipo se define por su capacidad para salir de los problemas en un tiempo razonable. Hoy, a pesar de no tener el mejor coche, Red Bull es la organización más evolucionada. Y además, tiene un piloto, Max Verstappen, que puede maquillar muchas cosas en pista.
En el caso de Aston Martin el panorama no es sencillo. Desde su dirección se ha fiado todo a 2026, el año del cambio de reglamento técnico que durará muchos años, pero han dejado la presente campaña al margen. Y eso les está afectando porque a día de hoy son poco menos que el último equipo de la parrilla. Eso, claro, llega a un Fernando Alonso que sigue detrás de la campana. Esperando un algo que no llega.
Que no llega desde hace más de 12 años, cuando se consiguió la última victoria en Barcelona. Y no digamos la posibilidad de tener un coche capaz de, al menos, pelear el título. Lo más cerca que estuvo en estos últimos 11 once años cayó, paradójicamente, con Aston Martin en 2023.
Y es que no todos los deportistas con talento confían en sus posibilidades o en su talento innato cuando todo parece ir en su contra. Alonso tiene olfato. Sabe dónde le esperan las oportunidades y las busca como un sabueso: hasta el final. Si por el camino han pasado años y escuderías, es otra historia y otro artículo. Hoy lo que nos importa es saber cómo hace el piloto asturiano para ser, como dice la canción, como un junco: que se dobla, pero siempre se mantiene en pie.
La historia de Alonso va más allá del resultado
Porque a cualquier otro piloto se le habría acabado la paciencia viendo que Aston Martin no solo no levanta el vuelo, sino que no ninguna señal que lo alimente, hoy, al menos. Alonso cumplirá 44 años en verano y, aunque empiece a alterarse mandando algún recado al equipo públicamente como cuando no le hicieron caso con la estrategia en la sprint, mantiene una paciencia ejemplar y una hiper motivación pese a estar lejos de pelear por nada. «A veces, ¿va cansando un poco, no?», le preguntaron. «No, nada, no me cansa», dijo. «Las pequeñas metas me mantienen bastante motivado».
Y es que cuando hablamos de una persona resiliente lo hacemos de una persona que tiene la capacidad de cambiar la perspectiva cuando hay una crisis o una situación de estrés o dificultad extrema. Una persona que no se deja llevar por la desesperanza y el desánimo. Eso precisa de grandes dosis de energía y motivación.
Alonso representa otra cosa. Representa al piloto que se forma en la dificultad. Que no necesita condiciones ideales para brillar. Que no busca validación, sino en la consistencia de su trabajo.
Y ahí está Alonso, que no pierde la fe. Tampoco el compromiso. No se lo ve frustrado, sino desafiante. Como si cada contratiempo lo afilara. Como si la adversidad fuera parte del ritual que lo mantiene vivo en este juego donde todos, tarde o temprano, se apagan. Seguramente porque su ilusión está en el 2026 cuando el primer Aston Martin diseñado por Adrian Newey salga a la pista.
En un momento donde la Fórmula 1 se llena de jóvenes promesas, simuladores de última generación y carreras diseñadas al milímetro, Alonso representa otra cosa. Representa al piloto que se forma en la dificultad. Que no necesita condiciones ideales para brillar. Que no busca validación, sino en la consistencia de su trabajo. Y ahí está, como desde el primer día, como hace 24 años en su primera temporada a los mandos de aquel Minardi.
Por eso no sorprende que, incluso con un coche que no responde, siga captando titulares. Porque su historia va más allá de un resultado. Su permanencia en el tiempo es una declaración silenciosa de que la resiliencia también gana carreras. Aunque no siempre figure en el podio.