El Atlético de Madrid se marcha a las vacaciones de Navidad con una de esas sensaciones contradictorias que solo el universo colchonero es capaz de generar. Por un lado, la euforia de haber presenciado en Girona uno de los mejores partidos a domicilio de la era Simeone; por otro, la fría y cortante realidad de una tabla clasificatoria que dice que, pese a la exhibición, el equipo sigue a nueve puntos del líder, el Barça de Hansi Flick.
El despertar de los pretorianos: Koke y Oblak sostienen el escudo
Es una distancia que duele, no por insalvable -que en el fútbol todo puede pasar-, sino porque evidencia lo caro que se paga entrar en modo «hibernación» durante los primeros meses de la competición. Lo de Gerona fue un oasis de fútbol, pero el desierto del inicio de liga todavía proyecta una sombra alargada.
En un fútbol cada vez más físico y de algoritmos, el partido en Gerona fue una reivindicación del talento puro y la jerarquía. El primer golpe sobre la mesa lo dio el capitán. Koke se inventó un gol de los que quitan las telarañas y los prejuicios.
😱🚀 KOKE RESURRECCIÓN.
Misil directo a la escuadra para abrir la victoria del @Atleti. #LALIGAEASPORTS #LaCasaDelFútbol pic.twitter.com/aZ0vYM8umi
— Fútbol en Movistar Plus+ (@MovistarFutbol) December 21, 2025
Un derechazo con el empeine exterior desde fuera del área que hizo inútil la estirada de Gazzaniga. Fue un gol estético, sí, pero sobre todo fue un gol necesario. Koke ha vuelto a demostrar que es el termómetro del equipo: si él está fino, el Atlético juega a otra cosa. Se ha convertido, por méritos propios, en el mejor jugador en lo que va de campeonato, manejando los tiempos con una sabiduría que solo dan los años y el conocimiento profundo de lo que pide el Cholo.
Pero si el capitán puso la luz, Jan Oblak puso el muro. Hubo un momento clave, con el partido aún en el alambre, donde el esloveno sacó una mano antológica a tiro de Witsel. Fue una intervención descomunal, de esas que te hacen llevarte las manos a la cabeza y preguntarte si realmente es humano.
Ese tipo de paradas son las que ganan campeonatos o, al menos, las que mantienen viva la esperanza de pelearlos. Ver a Oblak a este nivel es recuperar el 50% de la seguridad defensiva que el Atlético parecía haber perdido por el camino. Los veteranos, tantas veces señalados cuando las cosas van mal, fueron esta vez los que tiraron del carro cuando el frío de Gerona más apretaba.
Una metamorfosis táctica de Simeone contra el dogmatismo del 1-0
Lo más sorprendente del planteamiento de Simeone en Montilivi no fue la victoria, sino la ambición. Históricamente, el ADN del Atlético nos dictaba que, con un 0-1 o un 0-2, el equipo debía encasquillarse atrás, regalar el balón y esperar a que el cronómetro se agotara entre sufrimientos y despejes. Sin embargo, para sorpresa del respetable, vimos a un Atlético que presionó arriba, que quiso el balón y que no tuvo prisa por deshacerse de él. Fue un dominio pausado pero constante, una madurez futbolística que pocas veces se le ha visto a este grupo fuera de casa.

El tercer gol de Griezmann fue la prueba del algodón. Llegó tras una pérdida del Girona provocada por una presión asfixiante del Atlético cuando el partido ya tocaba a su fin. Ver a los rojiblancos buscando el tercero con esa hambre, en lugar de poner el partido a dormir, fue un espectáculo tan reconfortante como extraño, casi como ver un eclipse solar en mitad de la tarde.
No es que el equipo de Míchel fuera un flan en defensa, es que el Atlético le obligó a serlo. Esta ambición es la que se echó de menos en septiembre y la que ahora nos hace preguntarnos qué habría pasado si este equipo hubiera creído en sus propias posibilidades ofensivas desde la primera jornada.
El enigma de Julián Álvarez y la mochila de los nueve puntos del Atlético de Madrid
No obstante, en el brindis de fin de año no todo puede ser champán del caro. Hay un nombre que preocupa en el seno del club: Julián Álvarez. El argentino, presente en las alineaciones y con un despliegue físico envidiable, sigue estando desaparecido en el aspecto más crucial del juego: el gol y el área. Se le ve voluntarioso, corre por tres y ayuda en la presión, pero la portería se le ha hecho pequeña.
El Atlético de Madrid invirtió mucho en él para que fuera el factor diferencial, y de momento, se está quedando en un acompañante de lujo pero del que lleva ya demasiados partidos que no termina de explotar. Esperemos que el turrón y el descanso familiar le sienten bien, porque la segunda vuelta va a exigir su mejor versión si se quiere recortar la distancia con el liderato.
Y es que esa es la gran espina. Los nueve puntos de desventaja son un peaje durísimo por ese inicio de temporada tan errático como inexplicable. En el Metropolitano se sabe que LaLiga es un campeonato de regularidad. Pero sobre todo que esos puntos regalados en campos menores son los que ahora te obligan a mirar la clasificación con vértigo. El Atlético de Madrid ha encontrado el fútbol, pero ha perdido el colchón de seguridad.
Ahora ya no vale con ganar; hay que esperar que los de arriba pinchen, una situación de dependencia que nunca gusta en el vestuario de Simeone. La autocrítica debe ser feroz: se tiene plantilla para mucho más de lo que dice la tabla. O lo que es lo mismo; la victoria en Girona debe servir como el nuevo estándar de calidad; menos de eso sería un fracaso.






