En el fútbol, como en la vida, tendemos a dar por hecho aquello que funciona en silencio. Nos obsesionamos con el brillo del último fichaje, con la pizarra del entrenador o con el delantero que rompe su sequía. Mientras que lo extraordinario, cuando se repite cada domingo, acaba volviéndose rutinario. Por eso, lo de Jan Oblak en Girona no fue solo una parada. Y el Atlético y Simeone lo saben muy bien, aunque otros se olviden.
Jan Oblak sostiene al mejor Atlético
Un recordatorio necesario para quienes, en los últimos meses, habían empezado a hablar del esloveno en tiempo pasado. Porque antes de que el Atlético de Madrid fuera ese equipo dominador que terminó goleando en Montilivi, hubo un instante en el que todo pudo saltar por los aires. Y ahí, donde el sistema falla y el error humano aparece, volvió a emerger el de siempre.
Corría el minuto 23 y el Atlético mandaba por la mínima gracias a una genialidad de Koke. En ese escenario, un balón muerto tras una falta lateral le cayó a Axel Witsel a apenas un par de metros de la línea de gol. El belga, con todo a favor, fusiló a quemarropa. En el 99% de las porterías del mundo, eso es el 1-1. Pero Oblak no habita en la estadística común. Con una reacción que desafía la biología, el esloveno sacó una mano de hierro, firme, seca, para repeler un cuero que ya se cantaba como gol en las gradas de Girona.
No fue una parada «para la foto». La de Jan Oblak fue una intervención de portero de equipo grande: ese que aparece cuando no ha tenido trabajo en media hora para salvar la única que le llega. Simeone lo decía después en rueda de prensa, casi con naturalidad: «Necesitamos dar el 110% porque no siempre vamos a controlar todo el tiempo». El Cholo sabe que, aunque su Atleti ahora presione más arriba y quiera el balón, la red de seguridad sigue llevando el número 13 a la espalda. Es la soledad del guardián; puedes jugar el mejor partido de la temporada, pero si esa mano no aparece, la narrativa del lunes habría sido la de un Atlético que «vuelve a perdonar». Más o menos.
El valor de tener a Oblak
Lo que hace especial a Jan Oblak no es solo su capacidad para volar, sino su manera de estar. En un fútbol donde los porteros gritan para la galería o buscan el protagonismo en redes sociales, Jan sigue siendo ese tipo imperturbable, casi robótico en su eficacia. Se le ha criticado este año, se ha dicho que ya no llegaba a esos balones imposibles o que su ciclo como uno de los mejores del mundo se estaba agotando. Sin embargo, su actuación ante el Girona es una lección de jerarquía.
JAN OBLAK 🤯
WHAT. A. SAVE. 😤#LALIGAHighlights pic.twitter.com/tckbJ2Aswf
— Atlético de Madrid (@atletienglish) December 21, 2025
A sus 32 años, Oblak ha entendido que su papel ha evolucionado. Ya no es solo el Zamora que colecciona trofeos, sino el ancla emocional de un vestuario que ha cambiado de caras, de capitanes y de estilo. Mientras el Atlético experimenta con Julián Álvarez o busca acomodo para los nuevos talentos, Jan Oblak representa la continuidad, la única pieza del puzzle que no necesita instrucciones. Es la diferencia entre tener un buen portero y tener un seguro de vida que te permite arriesgar en ataque porque sabes que, si algo sale mal, él estará ahí para recoger los platos rotos.
El Atlético se va de vacaciones con los deberes hechos y la portería a cero, un dato que siempre hace sonreír a Simeone más que cualquier otra. Pero más allá de los tres puntos, la gran noticia es que Jan Oblak ha recuperado ese aura de invulnerabilidad. Esa sensación de que, por muy bien que remate el delantero, hay algo sobrenatural que va a impedir que el balón entre.
Prohibido olvidar a Oblak, porque en el Atlético de Madrid las modas pasan, los sistemas mutan y los delanteros van y vienen, pero al final del día, la última palabra siempre la tiene el gigante de Skofja Loka. Si el Atleti quiere que este 2026 sea el año de volver a tocar metal, va a necesitar muchas más noches como la de Montilivi. No solo por el fútbol de Koke o los goles de Griezmann, sino por esa mano de hierro que nos recordó a todos que el mejor portero de nuestra historia sigue teniendo mucha hambre.






