«Cuando ganaba pensaba que aquello iba a ser lo normal, que siempre estaría en lo más alto… y no era así». La frase la dijo Fernando Alonso para Aston Martin. Es, quizá, una de las reflexiones más sinceras de un piloto que ha recorrido casi toda la vida en la Fórmula 1, que conoció la cima muy pronto y que luego tuvo que aprender a sobrevivir en la incertidumbre.
El espejismo de la cima en la carrera de Alonso: cuando ganar se convirtió en rutina
Durante años, la imagen de Alonso en la Fórmula 1 estuvo ligada a la idea del ganador precoz. El asturiano se convirtió en campeón del mundo con Renault en 2005 y 2006, y lo hizo derrotando a un mito como Michael Schumacher. España descubría a su gran ídolo del motor, y el país se acostumbró, como él mismo, a pensar que el éxito sería algo natural, una continuidad que no iba a detenerse. O al menos no tan pronto.
«El éxito se esfuma rápido y por eso ahora valoro más cada instante», dijo en la entrevista. Ese pensamiento de normalidad, de permanencia, no era exclusivo de Fernando Alonso. La afición, los medios y hasta la propia Fórmula 1 asumieron que el entonces joven campeón estaba destinado a dominar durante mucho tiempo. Sin embargo, la realidad se encargó de demostrar lo contrario. Llegaron los cambios de equipo, las decepciones con McLaren en 2007, la falta de competitividad en Renault en 2008 y 2009, y más tarde, el ciclo en Ferrari que nunca se tradujo en un título.
Aquello que parecía eterno se volvió efímero para Fernando Alonso. El piloto que se veía en lo más alto de forma natural comprendió que el éxito, en el deporte, no está garantizado. Que los títulos se escapan, que la velocidad no siempre alcanza, que las decisiones de un equipo o un error en boxes pueden cambiarlo todo.
Fernando Alonso y el valor de no ganar
La frase del corredor de Aston Martin encierra un aprendizaje profundo. Vivir de victorias continuas puede ser tan engañoso como peligroso. El bicampeón ha explicado que los golpes recibidos a lo largo de su carrera le hicieron relativizarlo todo. «En aquel entonces pensaba que ganar sería lo habitual. Pero después me di cuenta de que no. Y eso me ayudó a disfrutar mucho más cuando llegaban las buenas carreras, porque sabía lo difícil que era estar ahí”, reconocía.
De esa manera, el no ganar para Alonso (nunca fracasar) se convirtió en una herramienta. En lugar de hundirle, lo obligó a reconstruirse. Lo llevó a aceptar que los días que lleva sin alzarse con un trofeo -el último fue en Barcelona 2013, hace más de 12 años) forman parte de su identidad como piloto. Lo que fue un golpe al ego terminó siendo un motor de resistencia.
«Cuando ganaba pensaba que aquello iba a ser lo normal, que a partir de entonces siempre estaría en lo más alto. Y no era así. El éxito se esfuma rápido y por eso ahora valoro más cada instante» – Fernando Alonso.
Cuando la Fórmula 1 dejó de darle lo que esperaba, el astur se abrió a buscar caminos. Probó en Le Mans, donde conquistó la mítica carrera de resistencia, y no una, sino hasta en dos ocasiones. Compitió en el Mundial de Resistencia, corrió en Daytona, se atrevió con el Dakar y hasta se lanzó a pelear por la carrera más histórica del mundo, las 500 millas de Indianápolis.
Ese recorrido por diferentes disciplinas no solo devolvió a Fernando Alonso al lugar de las victorias. También amplió su visión del automovilismo. Descubrió que el talento no siempre se mide en décimas de segundo en un circuito de F1. Aprendió de pilotos especializados en resistencia, de navegantes del desierto, de mecánicos que trabajan sin la presión mediática del gran circo.
“Cada experiencia fuera de la Fórmula 1 me dio herramientas nuevas», como ha ido contando Fernando Alonso en otras conversaciones. «Me enseñaron a ser un piloto más completo y también a valorar mucho más lo que significa seguir en este deporte”, explicaba en una de sus últimas entrevistas.
La memoria de las grandes carreras
Aunque su palmarés en Fórmula 1 no se amplió después de 2006, Fernando Alonso conserva una galería de momentos que, para él, valen tanto como un campeonato. Valencia 2012 es el más recordado, aquella victoria con Ferrari en casa que aún emociona a la afición. Pero para el propio Alonso hay otras carreras menos populares que tienen más significado: jornadas de sufrimiento, de problemas técnicos, de improvisación al volante.
Un ejemplo que él mismo suele rescatar es Malasia 2011. El coche falló, la caja de cambios dejó de responder con normalidad, y aún así consiguió terminar. “Ese día tuve que inventar cómo pilotar. Esas carreras, aunque no estén en el escaparate, son las que más orgulloso me hacen sentir”, dice el bicampeón asturiano.
Hoy, con más de 20 años subido a un Fórmula 1, el bicampeón habla desde otro lugar. Ya no es el joven que pensaba que las victorias eran lo normal. Tampoco el piloto desencantado que veía cómo los títulos se escapaban una y otra vez. Ahora es un competidor feroz, consciente de lo que significa resistir, mantenerse en la élite y ser una referencia para el deporte.
De hecho, el bicampeón también ha puesto en valor los errores cometidos y la importancia de aceptar el destino como parte del camino. «Si cambias una decisión del pasado, ya no eres la misma persona ni estás en el mismo lugar. Todo lo que me ha pasado, lo bueno y lo malo, tenía que ocurrir para que yo sea quien soy hoy», reflexionaba. De eso va la grandeza.